Infección Urinaria

Cuando se presenta la infección urinaria por primera vez tanto en el varón como en la hembra, a cualquier edad, debe investigarse la existencia de una alteración estructural del tracto urinario.

El médico deberá decidir el tipo de estudios radiológicos y funcionales que requiere para un diagnóstico adecuado. Una vez cumplidas estas exploraciones y no antes, se podrá saber cuándo será necesaria la intervención quirúrgica.

Hablar de infecciones urinarias en niños implica comenzar por definirlas como aquellas infecciones localizadas en el tracto urinario, el cual incluye: la uretra, la vejiga, los uréteres y los riñones. Cualquier colonización de las vías urinarias por bacterias, o por virus.

La infección urinaria baja afecta solamente a la vejiga y es la llamada cistitis, muy frecuente en la mujer adulta. En los niños se presenta con ardor para orinar, aumento en la frecuencia de las micciones e incluso con sangre en la orina. No hay fiebre y el estado general es excelente.

La presencia de sangre en la orina puede ser muy alarmante para las madres, pero habitualmente cede con tratamiento sintomático en menos de una semana y no tiene consecuencia para el funcionamiento renal. La mayor parte de estos cuadros de cistitis son secundarios a procesos respiratorios vírales.

Las infecciones urinarias altas, son las infecciones localizadas en el riñón llamadas pielonefritis. Sus consecuencias pueden ser graves para el funcionamiento renal por eso es importante detectarlas precozmente. Al referirse a sus manifestaciones, «el cuadro clínico es variable según la edad del niño. En el recién nacido puede presentarse con o sin fiebre, generalmente con inapetencia y progreso deficiente de peso.

A veces hay manchas rojizas, o pardas en el pañal, las cuales traducen la presencia de sangre en la orina. A esta edad la sintomatología es muy inespecífica pudiendo presentarse en cualquier proceso infeccioso de cierta severidad.

En todo recién nacido que rechace el alimento y no aumente de peso debe descartarse una infección urinaria». En el lactante y en el preescolar se presenta con fiebre alta no asociada a síntomas respiratorios o digestivos , algunas veces presentan dificultad o esfuerzo para la micción y dolor abdominal.

Continúa siendo un signo determinante el progreso inadecuado en peso y talla. Es posible un aumento de volumen urinario que se traduce en pañales muy pesados en el niño pequeño, o en el niño mayorcito que «moja» su cama durante la noche.

En el niño de 7 años la clínica es similar a la del adulto: ardor para orinar, micciones muy frecuentes y en poca cantidad; puede o no haber fiebre, dolor abdominal, en la región lumbar, inapetencia, aumento inadecuado de peso y talla.

Siempre debe descartarse la presencia de una malformación del tracto urinario, la cual favorezca la aparición de la infección. Si es así no hay forma de prevenir la infección urinaria y esta sería más bien un aviso de la alteración estructural subyacente.

Entre esas alteraciones, una de las más frecuentes es el reflujo vesíco-ureteral en el cual parte de la orina almacenada en la vejiga se devuelve hacia el riñón propiciando la infección del mismo. Algunos reflujos vesíco-ureterales deben ser corregidos quirúrgicamente por lo cual es importante detectarlos precozmente.

Hay otros factores que contribuyen a las infecciones urinarias, estos no son de tipo estructural, sino trastornos metabólicos, entre los cuales el más usual es el exceso en la excreción del calcio en la orina, llamada hipercalciuria.

Esta puede ser causa también de la aparición de sangre en la orina, e incluso de la formación de cálculos urinarios, que puede suceder durante la niñez, o bien en la edad adulta.

Menos común es el estreñimiento como factor predisponente y en las niñas los «malos hábitos» para orinar especialmente cuando les indican usar baños fuera de la casa.

La verdadera infección urinaria no distingue clases sociales porque los factores predisponentes, especialmente los tipos estructural y metabólico, se presentan por igual en todos los estratos sociales. Por otras parte, lo que sí puede variar son los hábitos higiénicos.

Cuando éstos no son adecuados puede producirse la vulvovaginitis, o infección de la vagina secundaria a la acumulación de secreciones que irritan e inflaman la delicada mucosa de los genitales de la niña.

Este cuadro produce también ardor para orinar, síntoma capaz de confundirse con una infección urinaria, más aún cuando en el examen de orina pueden aparecer glóbulos blancos, que en este caso no provienen del tracto urinario sino de la secreción vaginal.

Cuando logramos corregir el trastorno estructural, o metabólico, temprano, manteniendo al niño libre de infecciones, prevenimos el daño renal. Si por el contrario la alteración estructural del tracto urinario es muy severa, o no se corrige precozmente, puede ocurrir un daño renal irreversible llevando eventualmente al niño a la insuficiencia renal terminal.

Acudir a la consulta médica a tiempo permite el tratamiento precoz de la infección. Lo cual es el factor más importante en la prevención del daño renal. Una vez diagnosticada y tratada es necesario investigar exhaustivamente la causa subyacente.