Felicidad de la pareja

No resulta curioso observar que cuando la compañera está agobiada por los quehaceres domésticos, el trabajo de la oficina y el cuidado de los hijos explote y descargue toda su ira contra su cónyuge.

Lo más sano es que ambos se tomen el tiempo suficiente para responder a los requerimientos de la pareja y evitar las rencillas trayendo al presente errores del pasado. En un hogar pueden cohabitar varios hijos, cada uno con un pensamiento distinto y un temperamento radicalmente opuesto. De la misma forma ocurre en una relación o matrimonio. no debemos olvidar que se trata de seres distintos que intentan lidiar con la cotidianidad y disfrutar la existencia.

A veces explotamos nuestras frustraciones, temores y resquemores con las personas que menos tienen que ver con nuestros problemas. La pareja, los padres, los amigos y los hijos suelen ser blancos de nuestra cólera. Como ellos nos aprecian y se preocupan por nuestro bienestar a veces se callan, aunque suelen salir muy lastimados.

Cuando un esposo llega al hogar después de una mala jornada es capaz de arrojar su disgusto contra sus seres queridos. Debemos entender que no lo hace porque esté enojado con alguien en específico, al contrario lo hace porque sabe que lo entenderán.

La pareja necesita comprenderse y esperar que el mal momento pase, que todos se calmen y seguramente al final la persona irascible pedirá perdón e incluso agradecerá ser escuchado. Muchas veces esperar un minuto en «silencio» es mejor que escuchar, hablar u oír. El silencio permite aclarar las ideas y estabilizar los sentimientos. Una palabra de aliento ayuda más que mil gritos.

Baje la voz, trate de calmarse (cuente hasta diez mentalmente o en voz alta, si es necesario) y aléjese un momento de ese espacio conflictivo. El enojo se contagia.

Intente conversar con buenas palabras sin herir el orgullo ajeno. Explique cómo se siente usted y pregunte lo que no haya quedado claro. Sobre todo, no interprete las ideas del otro. Recuerde que todos los problemas tienen solución. Lo único que no se puede cambiar es la muerte.