El nombre vs. personalidad

Algunos progenitores suelen inventar nombres para sus niños, combinando grafías, en una suerte de anagrama (palabra resultante de la transposición de letras por otras). En el mejor de los casos, les colocan a los bebés nombres de artistas famosos o apelativos que les recuerden sus antepasados. La más terrible circunstancia ocurre cuando a un varón le bautizan con nombres femeninos y a una niña le colocan un nombre ambiguo. Llamarse Pancracio, Anacleto, Hermenegildo, Ruperto, Teófilo, Tolomeo, Gumersindo, Florencio, Severino, Juvenal, Amadeo o Desideria puede resultar embarazoso.

Los psicoanalistas explican que es común esta actitud entre los padres, quienes de forma inconsciente creen que por la fuerza de un nombre, sus hijos desarrollarán determinadas características como inteligencia, fortaleza, audacia y simpatía. Desean que sus hijos sean la extensión de ellos mismos, pues de esa manera sus sueños quebrantados pueden volverse realidad.

Esa inquietud lo único que provoca es que los niños se angustien cuando no cumplen las expectativas de los padres; se sientan rechazados y deprimidos por los comentarios malintencionados de aquellos que se burlan de su tragedia.

El nombre es la palabra más dulce

Algunos adultos que tienen nombres que no les agradan, se plantean varias veces la posibilidad de cambiarlos. Pero el asunto se escapa de sus manos cuando se dan cuenta que tendrían serios conflictos con sus documentos oficiales. Tendrían que cambiar actas de nacimiento, títulos profesionales, cédulas, pasaportes, carnet de identidad, etc.

Las personas inconformes con sus nombres tratan por todos los medios de asegurarse un nombre sustituto o apodo para olvidar su problema. Tal conducta se entiende, ya que su verdadero nombre les ocasiona frustración, inseguridad y complejos que les impiden un desarrollo integral. Recuerdo el caso de una joven cuyo nombre es Cruz Helena y se hace llamar «Tata». Creo que ella desconoce que su nombre tiene más fuerza que el mote que usa. La palabra «Tata» simplemente no tiene género, ni significado.

Los individuos insolentes pueden llegar a lastimar a los sujetos que detestan sus nombres y golpear la autoestima. A nadie le gusta que su nombre provoque la burla de otros. A quienes les afecta más esta situación es a los niños y adolescentes, ya que todavía no tienen establecida su personalidad y los complejos y la inseguridad los agobian, presentando problemas de identidad, aunados a líos familiares y sociales.

Si siente vergüenza por su nombre y se hace llamar Luis en lugar de Nepomuceno, piense que aunque los trámites sean largos puede optar por legalizar su nueva condición. Aunque desafíe la voluntad de sus progenitores. El primer paso es acudir a un juez de asuntos civiles o familiares y solicitar la rectificación del nombre, en el Registro Civil de su zona.

La persona interesada puede contratar un abogado, quien le facilitará los nombres de algunos testigos así como los documentos oficiales como la licencia de manejo, los certificados escolares y hasta las actas de nacimiento. Usualmente el juicio tarda de seis meses a un año, aunque eso varía de país en país.

Fuente de articulos en https://reforma.com/familia (diario de México)